Soy una desempleada en Holanda

Así es señores, soy una desempleada en Holanda.

Les cuento que este año lo empecé con la noticia de que soy parte de las estadística de desempleo holandés. O sea, una desempleada en Holanda.

Pero volvamos unos cinco años atrás para que entremos en contexto, y el que llegó a Holanda en la época en que yo llegué, podrá entender mejor la historia.

Porque hace cinco años estaba de moda eso que denominó Europa como “recesión económica”, que no era más que una economía en pausa esperando mejores condiciones para continuar. Algo de lo que yo, poco o nada, era consciente cuando decidí venirme a Holanda, porque luego del socialismo venezolano, cualquier problema del mundo parece mínimo en comparación, hasta que sales de ahí y te das cuenta que el hambre en África sigue llevando la delantera.

La cosa es que en ese entonces, Holanda había llegado a su punto más bajo en todo esto de la recesión. Lo que significaba que mucha gente perdió sus puestos de trabajo y mucha otra no encontrábamos nada que hacer. Para los holandeses, significó vivir del Estado hasta que se pudiera, para los que recién llegábamos significó que no podíamos avanzar en nuestro proceso de inburgering (adaptación). Para nosotros no vale eso de cobrar sin trabajar, además, ¿quién iba a contratar a una persona extranjera que no maneja el idioma y que tiene pocos conocimientos de la sociedad holandesa?

Como muchos, yo también me lancé a solicitar cualquier trabajo en el que pudiera empezar a construir mi vida social y en el que pudiera ocuparme mientras en paralelo agilizaba todo lo necesario para ejercer la carrera universitaria con la que me vine de Venezuela. Y no fue sino luego de un año, y a través de mi contacto en la alcaldía, que conseguí un trabajo de verano en la piscina abierta de la ciudad. Esa que solo abre cuatro meses al año, cuando se supone que el sol brilla y el clima debería estar más caliente –yeah, right!-.

Recuerdo que el día de la entrevista mis ánimos no eran los mejores, pues ya era poco más de un año en el que no veía estructura a mi vida holandesa, inclusive, habiendo trabajado en una oficina de arquitectura por tres meses. Las fuerzas mentales ya no me daban para seguir creyendo que pronto tendría mi propia vida, con mis propios amigos y mi propio dinerito. Así que esa vez no me imaginé que iba a obtener el puesto de vendedora de entradas para la piscina del pueblo. Y te cuento un secreto, cuando lo supe, me sentí como si hubiera ganado el premio gordo en la lotería. Como si me hubieran dado la presidencia de la Coca-Cola. Por fin iba a hacer algo con mi ya casi frustrada vida holandesa.

Y así fue.

El primer día de trabajo, limpiamos todas las instalaciones de la piscina para darle apertura al verano del 2012. Los nuevos siempre son los que hacen el trabajo duro, así que ahí estaba yo limpiando ventanas, barriendo pisos y abasteciendo el kiosko. Y al final del día llegué a casa y lloré. No podía creer lo que tenía que hacer para construir mi vida aquí. Lloré desconsolada.

De ahí en adelante, salía con mis zapatos más cómodos, mi bici y mi frente en alto cada vez que me tocaba ir a vender entradas en la piscina. Iba a dar lo mejor de mí, porque las cosas se hacen bien, e iba a sacar lo mejor que ese nuevo trabajo podía ofrecerme: socializar, afinar el idioma, sentirme a cargo de algo, y oxigenar mi mente para seguir en paralelo abriéndome camino en la arquitectura.

Así pasó el tiempo y no solo sacrifiqué mis veranos para trabajar en la piscina abierta, que eran las temporadas donde podía hacer más horas, sino que los fines de semana del resto del año los trabajaba en la piscina techada mientras en la semana asistía a una oficina de arquitectura a modo de pasante/arquitecto para pulir mis conocimientos y adaptarlos al estilo holandés.

Pero la semana pasada me llamaron para hablar conmigo. Esta será la última temporada que trabaje para la piscina. En pocas palabras, después de esta temporada, soy oficialmente una desempleada en Holanda. Y no te miento si te digo que me dio un poco de nostalgia escuchar que ya no podía trabajar ahí, pero también me dio a entender que es hora de cerrar este ciclo para enfocarme y continuar trabajando como arquitecto independiente.

Porque mientras vendía entradas en la piscina, trabajaba en mi crecimiento profesional, asistiendo a reuniones de independientes, conociendo a nuevos prospectos, armándome del equipo necesario para trabajar desde un pedacito de oficina que he transformado a mi gusto y que me llena de placer. Ahora no soy empleada de nadie, sino de mí misma y creo que a veces solo necesitas un empujoncito para entender que es el momento de renunciar a algunas cosas que ya no te aportan más y lanzarte al 100 % en lo que siempre has creído.

Desde marzo soy una desempleada de la piscina que tiene planes de terminar el año con más satisfacciones profesionales como independiente.

Ahora, ¡levanten sus copas conmigo y celebremos con champán que soy una desempleada más en Holanda!

Por: Ley

Fuente: http://www.naciendoenholanda.com/

Imagen: web

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