Lo que significa ir a Punto Fijo. De los carnavales de mi infancia sólo recuerdo la sensación de pavor que me producía asomarme a la calle por miedo a ser bañada con las tradicionales bombas de agua que eran la diversión de la época.
Uno de mis hermanos solía armar un arsenal de bombas para que, juntos, mojáramos a cuanto carro o transeúnte pasara por el frente. Él era todo un estratega. Preparaba un recipiente grande con un poco de agua (para que las bombas no estallaran al rozar) y colocaba unos 20 o 30 globos. Luego nos sentábamos en un punto ciego para evitar ser descubiertos y empezaba la descarga. Nuestro mayor susto fue al acertar en una patrulla policial que no vaciló en detenerse unos segundos para ver si descubría a su infantil atacante. Obvio que no éramos los únicos de la cuadra, por eso que cuando un día, camino a la panadería, me echaron encima toda una garrafa de agua no pude más que suspirar e ir por un cambio de ropa.
Esta práctica, tan poco ecológica, pasó a la historia con la adultez. Los carnavales empezaron a ser más insípidos, por lo general, solo fechas para parar de todo un par de días, nunca para lanzarme a la playa con otras 550 mil personas. Ya en la era laboral, el asueto carnestolendo – dándole un toque periodístico al asunto – era la oportunidad perfecta de asegurarse unos días libres en la Pascua, gracias a la matemática del sistema de guardias que el diarismo impone a todos quienes escogemos este trabajo sin pausa.
Solía bromear, con esa expresión venezolana, diciendo que en los carnavales iba a Punto Fijo (localidad no ficticia en nuestra geografía nacional con giro semántico de inmovilidad), y no me molestaba no ser parte de la fiesta del Rey Momo. Pero ahora pienso que quizás era porque sí participaba, de forma tácita, del ambiente de disfraces, agua, globos y serpentinas. Vamos a estar claros, no seremos Brasil, pero cómo nos gusta una pachanga en el Caribe.
En China, en estas fechas, no hay carnavales, asuetos, fantasías, disfraces o serpentinas. Aún no hay, siquiera, un ligero movimiento de imitación para mimetizarse con Occidente como sí acontece con el Halloween americano, tradición que se está arraigando de tal manera que ya existen bares que realizan su preventa de entradas con la antelación necesaria para lidiar con multitudes de forma organizada.
A pesar de haber por estos lares un creciente enamoramiento con Brasil que se refleja en clases de samba y grupos de capoeira, kilos de lentejuelas en el dress code diario y dorados por doquier, el rey Momo – a diferencia de las calabazas, brujas y esqueletos- no ha conseguido aún aterrizar aquí en la China.
Desconozco las razones, ambas fiestas exigen disfraces y fantasías, acéptemoslo que el Carnaval es más alegre que la noche de los muertos, y esas garotas bailando semi desnudas pueden resultar, de lejos, más sexys que las improvisadas brujas o enfermeras góticas. Quizás sea que los latinoamericanos estamos reprobados en marketing, o tal vez que el rey Momo prefiera ir cada febrero a su Punto Fijo.
Por: Pau.
Fuente: https://aquienlachina.wordpress.com/
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