Ocho días inolvidables: recorrer Lima, una Caracas repetida; Machu Picchu, el magnífico legado de los primeros suramericanos; y el Lago Titicaca, lo insólito de vivir sobre el agua…
… Aquel viaje por la frontera Ecuadro-Perú fue alucinante. Dunas enormes, más altas que los camiones, lucían como cíclopes junto a la carretera. A cada tanto, en el medio de la nada, aparecía una casita maltrecha, sola, aislada, inexplicable, y un par de cuerdas donde se secaban unas franelitas y dos pantalones recién lavados. El deseo de bajarme a caminar por esos parajes me invadía como una necesidad personal y una obligación moral. Pero resistí… lamentablemente.
Por fin apareció el mar: majestuosos desfiladeros bordeaban la costa, y aquel azul brilló ante nosotros. Fue conmovedor: lágrimas vinieron a mis ojos.
Caracas repetida
Cuando apareció por fin el letrero “Bienvenidos a Lima”, quedé sorprendido. Fuera del bus se percibía calor, inseguridad y pobreza. Al rato comenzó a mejorar el panorama y aparecieron los primeros edificios. A medida que avanzamos, y en el resto de la estadía en esta ciudad, comprobé la coincidencia: Lima se parece mucho a Caracas. Su autopista es muy similar a la Francisco Fajardo, tiene una avenida como la Francisco de Miranda y bajo ella pasa otra idéntica a la Libertador. Hay una zona que luce como La Castellana, otra como Las Mercedes, un edificio como la Torre Polar…
Por otro lado, también es caótica, desordenada, contrastante y algo desamparada; pero a la vez moderna, cosmopolita, histórica, cultural… sí, se parece a esta Caracas nuestra…
Allí visité el casco central, la plaza San Martín, los entes gubernamentales, y sin saber cómo llegué a la Casa de Gobierno. Hizo falta más tiempo para descubrir esta dinámica capital.
¡Helo allí!
Lo siguiente fue asumir una nueva travesía que, sumando todos los traslados, se extendía por unas 26 horas de carreteras: Lima-Cusco-Urubamba-Ollataytambo-Aguas Calientes-Machu Picchu… finalmente Machu Picchu.
Allí estaba aquel lugar irrepetible, una visión fantástica, la antigua ciudad inca, el Imperio del Sur, Patrimonio Histórico de la Humanidad, una de las Siete Maravillas Modernas, el pasado tangible, el legado de los primeros suramericanos… ante mis ojos, Machu Picchu.
Uno de los momentos más especiales fue la subida al Waynapicchu (la montaña más alta que está detrás de la ciudad). El ascenso es agotador, pero la recompensa única. Solo desde su cima, viendo las ruinas en panorámica, uno logra comprender la magnitud y capacidad de la antigua civilización inca. Francamente alucinante. Viéndolo así, tienen razón quienes piensan que esto fue obra de los extraterrestres.
Un lago de recuerdos
Antes de partir aún aguardaba un mágico viaje hasta Puno, en la frontera con Bolivia, para descubrir el impresionante lago Titicaca y las inverosímiles islas artificiales de la comunidad de los Uros.
Conocer el Titicaca fue magnífico, un lago enorme, tan amplio que a veces parece el mar (es el segundo lago más grande de Sudamérica). Fue un día dedicado a convivir con estos indígenas, experiencia inolvidable, tanto, como la última noche en Puno, antes de salir hacia Bolivia. En la Plaza de Armas celebraban una colorida fiesta por la Virgen de la Candelaria, y allí terminé de imprevisto, dichoso y agradecido, tocando el sicu, una suerte de flauta de pan, con otros 40 indios hasta la medianoche, cuando ya el frío nos congelaba los dedos… con toda sinceridad, este fue uno de los días más felices de la travesía.
Por: Johan Ramírez
Instagram: quiendijolejos
Fuente: https://quiendijolejos.com