Todo comienza en Barinas, Venezuela. Para ese tiempo no todo marchaba bien, todos los problemas políticos, sociales y económicos que habían salido, y pues parecía que los adivinaba uno a uno. Para ese tiempo tomé la decisión, al parecer fue más fácil de lo que creí, emigrar a cualquier país con una mejor situación, teniendo en cuenta que tenía unos 21 años, recién graduado de Ingeniero de Sistemas. (¿Qué joven no quiere una aventura en la vida o poder trabajar para tener algo en la vida?). Bueno, se venía una serie de requisitos con esta decisión. Averiguar países, averiguar visados, averiguar sobre su cultura, su historia, también su economía, sus áreas profesionales, cuánto dinero necesitaría y más aún, su seguridad. Pensé: «Esto será un reto interesante» ¡Ja! interesante es poco… contando que mi familia me apoyó, más no económicamente, porque no somos de altos recursos.
Comencé con una idea algo descabellada, como todo optimista. Averigüemos sobre Alemania, pensé que emigrar a ese país sería fácil, hacía el curso, validaba mis títulos y listo. No, todo no es tan fácil. Los cursos de alemán los daban en inglés, idioma que conozco a medias, sería un cambio «pfff» mucho más duro y más yéndome en mi condición: Solo. Entonces tocó dar un paso hacia atrás y aprender principalmente el idioma.
Cambie mi dirección a Canadá, un buen país, una cultura muy diversa, idioma inglés, una economía sólida aunque una de las más caras del mundo. Bueno, pensé, opto por algún curso en inglés, tramitaría CADIVI y bueno, podía solicitar la Visa Estudio Trabajo… Todo marchaba a la perfección (qué mierda y qué falsa es esa frase). Pagué mi inscripción y me daban todos los papeles para poder solicitar CADIVI. Más aún, me daban un plazo de dos años para formalizar mi inscripción, ya que llegué a un acuerdo con las personas de la Academia. Pasado el tiempo llega el momento donde te golpea las bolas el Gobierno y la realidad… “Air Canada se va del país”, leía en los noticieros, era una de las pocas aerolíneas que volaba desde Venezuela a Canadá. Comencé a maldecir a Maduro. Luego llega la peor (las calamidades y malas noticias nunca vienen solas): “CADIVI no está aprobando solicitudes para estudiantes” -palabras de mi gestora-. Mi cara de arrechera no pudo ser más notoria, al punto de comenzar a llorar como niño de cinco años.
Pasaron varios meses reestructurando todo, varios amigos comenzaron a hacer sus trámites también, bueno, algunos con más facilidades que otros debido a que sus familias eran de otras naciones. Uno me ofreció viajar e intentar suerte en un país como Colombia, no me pareció mala idea, y comencé a estudiarla. Acá fue un poco realista, lo que conseguía era un tanto parecido a Venezuela en los años 2000 – 2005: había delincuencia, pero no desbordada como allá, pero bueno, pensé, es un inicio. Comencé mis trámites y a convertirme en un objetivo de palabras de personas que apoyaban, “qué bien que piensas así”, ”eres joven, tranquilo, te irá bien”. “Por allá todo es diferente, pero bueno, a echarle bolas si es lo que quieres”… Como aquellos que son mucho más optimistas que los que emigran: “¿Para qué te vas? La vaina no está tan mala”. “Por allá hay mucha delincuencia, guerrilla… MÁS QUE EN VENEZUELA”. “Chamo, pero vas unos meses a trabajar y regresas ¿no?”…. Entonces, comprendí que esa decisión era privada, que no se podría decir a nadie más para evitar este tipo de comentarios, y lo peor, la falsa cara de agrado que tienes que colocar cuando dicen que te dan ánimos.
Por: Manuel Castillo.