Inmigrante: la cara de un país

El 29 de mayo hubo un accidente en la vía de Maturín, donde murieron seis extranjeros. Ese día murió Oscar, un muchacho holandés de 22 años que vivía a solo 6 km de mi casa, una inmigrante venezolana.

Oscar asistía al mismo grupo de corredores del pueblo donde vivo. Mientras dejaba en la escuela a mis hijos, la jefa del grupo de corredores se acerca y me pregunta si la puedo ayudar. Entre lágrimas discretas me cuenta que después de 4 semanas aún no han podido repatriar el cuerpo de Oscar, y me pregunta que si yo puedo hacer algo al respecto.  Por supuesto, dije que sí.

En ese momento, la idea de conseguir una respuesta se convirtió en «Mi Compromiso», no tenía ni idea de por dónde iba a comenzar, pero sentía que tenía que dar la cara, que en ese momento dejé de ser yo para ser VENEZUELA.  Ellos veían una esperanza en mí, y yo no estaba dispuesta a defraudarlos.

El padre de Oscar vino a visitarme, me contó de lo buen muchacho que era, entre lágrimas de disculpa me decía, que cualquier padre soñaría que su hijo conociera un país tan maravilloso, que era el viaje de sus sueños, mientras tanto a mi sólo se me ocurrió hablarle de lo bien que lo paso Oscar desde su llegada el 30 de abril a Venezuela, le describí el paraíso que era Mochima, con sus aguas cristalinas, de Caripe y de su gente.

Esa tarde no trabajé más, decidí buscar opciones para conseguir una respuesta, personas del Gobierno, militares, opositores, embajadas, la morgue, contacté a todo quien creí pudiera darme una respuesta, o por lo menos una pista. Hice las llamadas que estaban a mi alcance. Finalmente terminó mi día y no obtuve ninguna información que considerara relevante. Al otro día muy temprano en la mañana me llamó el padre de Oscar, me contó que en la noche había recibido una llamada, donde le confirmaban que el cuerpo de su hijo llegaría a Holanda en dos días y me agradeció infinitamente.

La verdad es que no estoy segura si alguna de las cosas que hice hayan dado resultado, lo que si estoy segura es que hice lo que estaba en mis manos. Días después recibí un mensaje que decía, «el padre de Oscar se sintió muy bien al hablar contigo, gracias por todo lo que para él esto puede significar’.

Con la historia de Oscar solo quiero decir que en ese momento no era yo, fui simplemente la cara de un país.  Para esa gente yo tenía un nombre, y era Venezuela.

Como inmigrantes dejamos de ser personas individuales y nos convertimos en nuestro país para la tierra que nos adopta, así nos ven, así dejamos la huella. En lo bueno y en lo malo.  Cada cosa que hago siempre la hago pensando en el rastro que estoy dejando como venezolana, e invito a mis compatriotas que hagan lo mismo. No quiero que se hable de Venezuela como un país inmerso en el desastre, quiero mostrar que hay muchas cosas buenas, y que si bien éste no es su mejor momento, aquí estamos los venezolanos regados por el mundo, sencillamente: siendo VENEZUELA.

Por: Ale Rodríguez.

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