La migración de los campesinos hacia los campos petroleros y ciudades desde la década de los sesenta hasta la actualidad, es lo que se conoce como el éxodo campesino en Venezuela, motivado por los cambios económicos ocurridos a partir de la segunda década del siglo XX, cuando se pasó de una economía basada en rubros del campo a una economía petrolera.
Ya las ciudades y pueblos petroleros no tienen el mismo atractivo para los campesinos que tenían hace tiempo, por el hecho de que la población rural ya no busca fuentes de empleo en la industria, sino en los servicios. De hecho, a escala mundial el sector servicios es el que concentra la mayor parte de la población activa.
Miguel Otero Silva, en una de sus mejores obras reseña las causas-consecuencias del éxodo: Casas muertas, ambientada en unos pueblos llaneros (Ortiz y Parapara de Ortiz), donde la emigración a las ciudades convierte a los poblados en lugares fantasmales.
Venezuela pasó de ser un país eminentemente rural (en 1936, 66 % de la población era rural) a un país altamente urbanizado, con 87 % o más de la población residenciada en áreas urbanas, con Caracas, Maracaibo, Maracay, Valencia, Barquisimeto y Ciudad Guayana como las principales ciudades desde la década de los sesenta.
Esta situación obedeció en un primer momento al desarrollo de la actividad petrolera, cuya exportación generó una gran cantidad de divisas que sirvieron para la inversión de recursos de capital (obras de infraestructura) en las ciudades más importantes, comenzando a incrementarse los flujos migratorios del campo a los centros urbanos.
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