El científico y naturalista sueco, Carlos Linneo denominó el cacao como «la comida de los dioses», y razón no le faltaba, pues según las leyendas mayas y aztecas este era un alimento divino y muchos de sus rituales sagrados se centraban en torno a esta planta.
El árbol del cacao (Theobroma cacao) crecía de forma natural en las selvas tropicales del Amazonas y del Orinoco y se empezó a cultivar en Centroamérica. En tiempo de los aztecas los granos de cacao se usaban como moneda de cambio, hasta que alguien lo probó triturado, probablemente mezclado con agua, y descubrió su sabor y sus propiedades alimenticias.
Particularmente en Venezuela, cuando los españoles llegaron encontraron que el árbol del cacao se extendía en diversas regiones costeras hacia el este, en el centro y el sur de la cuenca del lago de Maracaibo, en las riberas de sus ríos. Asimismo, notaron la existencia de grandes campos de cacao en las selvas del río Negro y del alto Orinoco, los cuales eran conocidos como «monte cacao» o el CACAO. Los indios tomaban una bebida preparada con su semilla, que ellos llamaban CHACOTE, y en los altares de sus dioses ofrendaban manteca de cacao, quemada en parilleras de barro. Igual que los aztecas, los indios venezolanos utilizaban los granos de cacao como moneda y también preparaban una bebida con fines medicinales, religiosos y cosméticos.
Posteriormente, en Europa, la bebida fue introducida por Hernán Cortés en la corte de Carlos V y fue recibida por los españoles con gran entusiasmo. Como su sabor amargo no era agradable para todo el mundo, se empezaron a experimentar otras mezclas con azúcar y especias, y el chocolate fue evolucionando hasta que en el siglo XVII adquirió el sabor y textura que hoy nos es tan familiar.
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