Hablando de trabajo, me permito hacer algunas sugerencias basadas en mi experiencia personal. No quiero referir otro caso que no sea el único que conozco muy bien: el mío. Viajé a Uruguay con fines exclusivamente académicos, sin embargo, como casi todos los estudiantes venezolanos que están en el extranjero, no cuento con la venia de los dólares preferenciales y aún no puedo concursar por una beca, por razones del proceso de admisión de la Universidad. Entonces tuve que, como el resto, buscar un empleo para cubrir mis necesidades, pues los ahorros de mi vida, así como los de varios que leen este post, se redujeron a un pequeño fajo de billetes verdes que en una economía distinta a la venezolana (la del mundo real), no alcanza para mucho.
A la hora de buscar trabajo en un país como Uruguay, el diseño de la hoja curricular tiene un peso relevante. Si no estás calificado (en lo académico o en experiencia) para el área en la que estás solicitando la vacante, posiblemente no seas tomado en cuenta. Capaz sí, hay un margen de posibilidades pequeño, pero ¡vaya que uno se encuentra con sorpresas! Uruguay es un país muy solidario y he escuchado muchas anécdotas gratas, así como cuentos que preferí nunca haber oído.
Las primeras dos semanas, toda vez que la Universidad estaba de vacaciones y mis conocidos acá poco me podían orientar al respecto, comencé a entregar el resumen curricular en diversos sitios, todos asociados a mi profesión: periódicos, radios, páginas web, agencias de publicidad o relaciones públicas, escuelas de comunicación social, etc. En muchos sitios me respondieron con una seña extraña: “sobrecalificado”. En otros no se tomaron la molestia de darse por enterados. Estaba por iniciar diciembre y en Uruguay, como en todos lados, la gente estaba concentrada en la Navidad y en las fiestas.
A mediados de la segunda semana, preocupado por los resultados obtenidos, me fui hasta Pepito Bar (Calle Colonia Nro. 2000) a conocer el sitio y tomar algo. Camilo, uno de sus propietarios (un pana muy gentil y amable) me leyó la cartilla que le había dicho a otros cientos que habían pasado por el lugar.
- Chamo, tu currículo está muy bueno. Te felicito por tu experiencia y lo que tienes aquí plasmado. Pero… tienes que borrar todo.
- ¿Borrar todo?
- Sí mi pana, todo. Deja tu nombre, tu foto, tus datos, coloca que eres bachiller, algunas aptitudes y que tienes disponibilidad inmediata.
- ¡Coño!
- Sí, ya sé lo que se siente tener que quitar todos tus logros por los que sudaste tanto, pero si no, vas a tener que seguir esperando una vacante para tu perfil y no algo que te permita tener un ingreso básico y cubrir tus gastos.
- Tienes razón, sí va. ¡Voy pa’ esa!
Además, Camilo redondeó la conversación con algo que creo fundamental: “sácale cien copias a ese nuevo currículo. Tiene que ser de una hojita nada más, y empapela todo Montevideo. Llévalo a todos lados que seguro te llaman”.
Ese día estuve en Pepito Bar en horas del mediodía. Me fui de ahí, llegué a mi hospedaje, saqué la laptop, apreté DELETE y modifiqué el CV hasta reducirlo a una página. Un resumen muy, muy, muy simple. Esa misma tarde fui hasta la Universidad a sacar copias en el centro de estudiantes (siempre es más económico comparado con cualquier otro sitio, por razones obvias). Con el inicio de la nueva jornada, salí a la calle repensando el reto de buscar trabajo. No soy promotor de la autoayuda, no practico yoga y ejercito menos de lo que recomiendo las técnicas de respiración que permiten la relajación del organismo y el enfoque de la mente. No obstante, pude organizarme espiritualmente y entregar ese papel en cuanto sitio vi abierto. No le di atención al cartel de “Se busca” que colocan comúnmente los locales comerciales en su puerta. Visité todo el centro de la ciudad, algunas avenidas principales, la Ciudad Vieja y los centros comerciales más populares.
Pasé tres días dedicado únicamente a entregar ese CV chueco que sería mi pasaporte a un empleo rápido y “salvador de la patria”. También me postulé a todas las ofertas de trabajo existentes en las diversas páginas web de clasificados, con el nuevo CV y los datos en Uruguay (aun sin cédula provisoria).
Así fue. Al cuarto día me olvidé del asunto. Dejé la programación neurolingüística en el cajón, me puse una chaqueta y pase todo el fin de semana asistiendo a actividades de la Facultad en conmemoración a los 30 años de la democracia uruguaya. Y, tal como NO tenía previsto, la fórmula de Pepito Bar dio justo en el blanco. El lunes a la 1:00 pm, cuando mi cerebro quería bombardearme con signos de derrota por los aparentes resultados del operativo relámpago de la semana anterior, me llamaron para una entrevista. ¡Bingo! Me tragué cuarenta pastillas de simpatía y corrí al llamado. Fueron muy cordiales, no le dieron mucha atención al tema de la cédula y cerraron la conversación con un expectante “creemos que todo está bien y que podemos tomarte para el puesto. De ser así, te llamamos al final de la tarde”. A las 8:00 pm recibí la llamada. Listo. ¡Home run! En la espera de esa confirmación surgieron otras invitaciones para entrevistas, pero no quise forzar las cosas y arriesgarme a perder la opción que me habían dado. Acepté lo seguro.
Tres meses después, mientras en Uruguay la economía y las oficinas de RRHH van arrancando (acá todo inicia con el año escolar en marzo), sigo trabajando en el mismo sitio. No ejerzo mi profesión, no es el salario de El gran Gatsby, ni me doy mayores lujos, pero puedo cubrir mis gastos para pagar el alquiler, comida, servicios básicos y algo que queda por ahí entre el remanente y los cherechere (por la costumbre perdida de usar monedas). Eso, que en Venezuela es un imposible, aquí lo conseguí con un poco de buena voluntad, y sí, algo de “leche”.
Por: Ángel Arellano
Fuente: https://venezolanosenuruguay.wordpress.com/