Mamá, te escribo porque supongo que de tanto escuchar historias de inmigrantes venezolanos que se fueron a pasar trabajo en el extranjero, debes estar muy preocupada por mí. Te lo digo de una vez: estoy bien. De hecho, estoy muy bien.
No sé tú, pero ya me estoy cansando de escuchar el relato patético y estigmatizador del pobre venezolanito que se fue del país y que ahora está limpiando baños y fregando platos en España, en Chile o en Argentina. Sería bueno que se dejaran de tonterías: muchos de los que nos fuimos también hemos tenido la fortuna de estudiar y obtener nuestros diplomas tal como lo planeamos, y de ejercer nuestras profesiones tal como lo soñamos, sin andar por ahí pateando piedras cabizbajos, llorando de nostalgia por la familia que dejamos o los amigos, o por El Ávila o el clima o las playas o las parrillas o las arepas. No te preocupes, mamá, porque en el extranjero también compramos harina PAN y comemos no solo arepas sino tequeños y empanadas y pabellón y todo lo que nos da la gana cuando nos da la gana. Solo basta ir a la tienda del chino o del africano de la esquina para comprar plátanos maduros y caraotas y hasta la harina para hacer cachapas. Y por lo demás, tampoco te preocupes: en el resto del mundo también hay montañas maravillosas y playas y amigos. Y sí, aunque algunos no se lo imaginen: también en Europa se hacen parrillas. Aquí en Alemania le llaman «barbacoas», pero es exactamente lo mismo que hacemos los venezolanos (ah, y cuando llega el invierno, uno se abriga bien, y listo).
Muchos de los venezolanos que nos fuimos no somos sobrevivientes de un naufragio que publican fotos en las redes sociales solo para que otros crean que somos felices cuando en realidad estamos tristes y solos y pasando frío. Cierto, muchos estarán así, pero esa es solo una cara de la moneda. Otros estamos felices y gozamos de una buena calidad de vida porque bastante hemos trabajado para merecerla, y porque la suerte nos ha sonreído, y entonces estamos bien y dormimos acompañados y bien calientes. Y creo que esas también son historias que vale la pena contar. Porque a veces me siento tentado a pensar que algunos de los que se quedaron apuestan al fracaso de quienes se fueron, o niegan el éxito de los que están afuera para sentirse mejor en sus colas o en el sinsabor de extrañar países que no conocen. Creo que también deberían pensar y hablar de los que se fueron con un sueño y no se quedaron cortos, porque nosotros somos la otra parte de esta historia, y somos la prueba de que hay muchas otras formas de vivir en el extranjero.
Mamá, no me considero un tipo especial, y si hoy estoy bien y si no me ha tocado lavar platos, no es porque sea un enchufado ni porque venga de una familia adinerada. Al contrario, creo que se debe a que he estudiado y trabajado con mucha perseverancia, porque me organicé bien antes de venirme y lo he seguido haciendo durante los cuatro años que llevo acá, y sobre todo porque la suerte ha estado de mi lado. Es el producto de muchas circunstancias favorables y del azar, pero no por eso menos real. De manera que cuando escuches esos cuentos de los venezolanos que andan sufriendo por el mundo, diles que tu hijo ha vivido una experiencia muy distinta, y no para jactarte o para que me alaben, sino para que sepan que allí, fuera de la crisis, algunos hemos comprobado que sí es posible salir adelante.
Te amo, desde Berlín,
Por: Johan.
Fuente: https://quiendijolejos.com/
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