Pasear en bruselas por un día

Cuando me enteré de que el consulado/embajada de Venezuela en La Haya no emite pasaportes, tuve que elegir rápidamente entre ir a Berlín, París o Bruselas.

Sí, sí. Que hubiera escogido a París y así aprovechaba en romantizarme de nuevo. O hubiera escogido Berlín y me hubiera jactado de arquitectura hasta los codos. Pero no, Bruselas, porque era lo más lógico que me sonaba y lo que hay. Así que aprovechamos la diligencia y nos fuimos a pasear Bruselas por un día.

Y menos mal, porque habíamos estado un par de veces en Bruselas pero nunca le habíamos dado la respectiva vuelta de reconocimiento más que para verle el pis al Mannenke Pis, que por cierto, es tan enano que el pis casi ni se le ve.

Yo con cámara en mano, Pablo con Lonely Planet y Google Maps. He de confesar que aún, con los años que llevamos viajando juntos, no nos terminamos de acoplar. El pobre se desespera esperando a que yo tome fotos y yo me desespero porque él pasa todo el camino tratando de descifrar los mapas. Según él, le parece irritante el GPS del google maps; a mi me parece irritante que tengamos que recorrer la misma calle dos veces porque se equivocó de ruta. Bueno, cosas que pasan.


Te he dejado aquí la ruta que hemos escogido hacer esta vez. Hemos arrancado desde la plaza central (Grote Markt) con sus majestuosos edificios; hemos descubierto la galería del rey (Koningsgalerij), una galería de tiendas; aprovechando el buen tiempo nos hemos tomado una cerveza -claro, porque estar en Bélgica y no tomarse una cerveza es un pecado- en un local chulísimo llamado Drug Opera; caminamos hasta el Kunstberg, que traducido sería algo así como Montaña de Arte, y desde donde tienes una hermosa vista de la ciudad, de sus jardines y de sus hermosos edificios; y, por supuesto, no pudimos dejar de pasarnos a visitar la residencia del Rey (Koningsplein).

¡Oh! ¡Claro! Para amenizar el camino nos compramos las famosas papas fritas belgas. Se parecen a las holandesas, pero según las malas lenguas, son mejores. Yo digo que son papas y rezo mientras las como para que no me de un coma diabético.

Muy cerquita de ahí está el Warandepark (o Parque de Bruselas) en donde (las ranas plataneras) los belgas se van a broncear cuando el sol brilla. El Sol. Sí. El mismo condenado que me tiene en este país la cara bronceada y el cuerpo desteñido.

Aprovecha que estás por ahí en el parque y tómate tu respectiva foto en el Palacio de Bruselas (Koninklijk Paleis van Brussel) y luego te puedes dirigir a la majestuosa Catedral de San Miguel y Santa Gúdulal (St. Michael and St .Gudula Cathedral), pffff, para caerse para atrás.

De ahí nosotros partimos a la sede de la Unión Europea, porque estas cosas a Pablo le encantan. Eso de pelearse con los políticos y lo que hacen y no por la Unión, o digamos des-Unión. Uno se quiere tomar fotos con las estrellas de Hollywood, él se quiere encontrar con los políticos.

Bruselas en un díaBruselas en un díaBruselas en un díaBruselas en un díaBruselas en un díaBruselas en un díaBruselas en un díaBruselas en un díaBruselas en un díaBruselas en un díaBruselas en un día

Y para finalizar la ronda, y porque estábamos en “una ciudad”, googleamos el restaurant de sushi más cercano y nos fuimos para allá.

El lugar se llama La Belle de Jour. Un pedacito de restaurant que solo tiene dos banquitos para sentarse y ni siquiera tiene página web. Hay solo un japonés estilo maestro Miyagui que es el que te toma el pedido, te cobra, cocina y te sirve, y no habla ni francés ni holandés, solo inglés, y cuando se comunica contigo, porque si le empieza a hablar a la caja registradora, lo hace en su idioma. Sí, sí. Uno de esos lugarcitos que hay que recomendar porque son tan particulares que quieres que todo el mundo lo vea. Y la comida, ¡fabulosa!

¿Qué te ha parecido el paseo? ¿Visitarías Bruselas?

Por: Ley.

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