«Aruba es la tierra de los contrastes, de la ilusión que no es tan ilusión». Así define Jefferson David Ramírez, venezolano de 27 años de edad, a la isla donde emigró, la Happy Island (como la llaman coloquialmente), buscando escapar de la inestabilidad venezolana.
David, como lo llaman los clientes y conocidos de la isla, es nativo de Maracay, donde estudió y se graduó de periodista en la Universidad Bicentenaria de Aragua, carrera con la cual podía ganarse la vida: «Tuve mi productora, programas de televisión y de radio (…) tenía para hacer mi vida: un buen salario, un jefe influyente como Esteban Trapiello, que confiaba en mí y quería echarle pichón».
Pero una mala experiencia generó un vuelco en sus planes de vida. «Me secuestraron cuando estaba con un amigo llevando a alguien a las 6:00 a.m. Fueron ocho horas de mi vida secuestrado. Fue ahí cuando dije ‘ya’. Me afectó mucho emocional y psicológicamente», relata Ramírez. «O es el sueño de triunfar como periodista en tu país, o es tu vida».
Al llegar a Aruba, David se dio cuenta de que emigrar a la isla feliz no es tan fácil como las personas piensan. «La gente que se viene para acá tiene una visión de que todo es fácil, pero no lo es. Tienes que pasar un tiempo como ilegal, conseguir el permiso, encontrar alguien que te firme, que es hallar una oportunidad legal de trabajo».
El inicio no fue fácil para el graduado en periodismo. «Cuando yo llegué aquí, tenía una entrevista en el Marriott, así que me puse mi mejor pinta mentalizado que sería bartender en uno de los mejores hoteles de Aruba, comenzando desde las grandes ligas.
El que me iba a entrevistar me dijo: «Métete en el cuarto donde te hospedas, no salgas de ahí, no gastes dinero y regrésate a Venezuela, porque aquí no llevas chance. Y él es primo de uno de los amigos con los que emigré a la isla, era nuestro contacto acá».
«Lo más difícil de Aruba creo que es el tema de estar legal acá. Tienes que pasar por un montón de filtros, y por la cantidad de inmigrantes que hay, se cierra mucho la oportunidad de que te firmen. Es casi imposible (…) Aquí por ley no está permitido otorgarle el permiso de trabajo a un latino para un puesto como el mío».
Para David, el proceso en sí fue engorroso. «Lo primero son dos meses de prueba, en los cuales te aprueban el inglés y debes trabajar como un burro para ganarte la confianza del patrón. Luego, te piden una salida y una entrada a la isla. De conseguir la firma, debes pasar por Labor —departamento regulador del mercado laboral arubiano— y conseguir su positivo (permiso laboral)».
Pero no se acaba con conseguir el beneplácito de Labor. «Después de eso, esperé un año dentro de un proceso en el cual no tenía seguro. Si salía de la isla se me cancelaba el permiso, si me agarraban los de inmigración me deportaban. Tus problemas dejan de ser los malandros y pasan a ser la policía», declara el mesonero.
Recordó la meta que lo llevó a emigrar específicamente a Aruba, y cómo sus planes cambiaron con el paso del tiempo. «Yo llegué aquí queriendo trabajar un año, reunir dinero e irme a España, a la Universidad Carlos III. Hacer un máster y quedarme allá, siendo periodista y haciendo lo que me gusta. Pero aquí a uno se le va la vida en gastos».
Y aunque no le va mal, David no hubiera emigrado a Aruba de saber todo por lo cual tenía que pasar para llegar donde está. «Ni a tiros me hubiese venido a Aruba sabiendo lo que sé ahora (…) Mucha gente me dice: ‘¿Y cómo hago para irme a Aruba?’. Yo respondo: ‘No te vengas’ «.
Por: Luis Manuel Gondelles
Fuente: http://imigratoria.blogspot.com
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