La crisis económica iniciada el mes de octubre de 1929 constituye uno de los hechos históricos más trascendentales de la primera mitad del siglo XX. El jueves 24 de octubre, el Dow Jones descendió hasta uno de sus niveles más bajos alcanzados desde 1800.
La bajada de los precios de las acciones llevó a la ruina a millares de inversores. Relevantes hombres de negocios y pequeños accionistas se vieron afectados por igual. Las empresas y bancos se hundieron y el pánico se desató entre la población.
La policía se vio obligada a clausurar la bolsa. Los inversores acudían despavoridos a las sedes bancarias que, sabedoras de la bancarrota que se avecinaba, cerraban sus puertas, incapaces de dar respuestas congruentes a sus clientes.
La caótica situación se saldó con el salto al vacío de grandes hombres de negocios que, ante su descalabro financiero, se lanzaban desde los rascacielos que ocupaban sus sedes empresariales.
Millones de ciudadanos fueron irremisiblemente condenados al paro. Las bajadas bursátiles no cesaron hasta el mes de enero, cuando se tocó fondo. Estados Unidos se sumió en la denominada Gran Depresión, que duraría más de una década.
Se había desatado la que, con el paso del tiempo, se ha considerado la mayor crisis financiera de la historia del capitalismo.
Así, el 24 de octubre el Dow Jones cayó en picada y los inversores, dominados por el pánico, se lanzaron a vender sus acciones en tropel. Los inversores se habían endeudado por la vía del crédito, los beneficios empresariales se estancaron y los bancos empezaron a tener problemas. Cuarenta bancos quebraron, y los entusiastas clientes de antaño, temerosos de perder sus depósitos, los retiran presurosos. Las entidades no pueden recuperar los préstamos concedidos a los especuladores bursátiles ni aquellos otros invertidos a largo plazo en la industria. Cerca de cien mil empresas quebraron. Millones de trabajadores fueron despedidos.
Fuente: http://www.lavanguardia.com/
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