El 20 de febrero de 1821 el Gobierno se muda desde Angostura hacia la ciudad de Cúcuta, en el Departamento de Nueva Granada, actual Colombia, donde quedaba temporalmente establecida la capital.
Carlos Soublette, quien ejercía la Vicepresidencia de la República para ese momento, fue el encargado de efectuar el traslado. Así, se instaló el Congreso de Cúcuta, una asamblea que tuvo por objetivo la unificación de las repúblicas de Nueva Granada y Venezuela en una sola nación. Como resultado de la asamblea se creó lo que hoy se conoce como Constitución de Cúcuta.
De esta manera, en Cúcuta nació el congreso unificador de Bolívar, y se definieron los principios para superar las instituciones políticas, económicas y sociales heredadas de los 300 años de vida colonial. Hasta hoy en día vale leer los protocolos del congreso por la profunda discusión sobre la organización federal o central de un país, pero particularmente, Colombia.
En este nuevo congreso, Bolívar pronunció su discurso en 1821:
Señor:
El juramento que acabo de prestar en calidad de Presidente de Colombia es para mí un pacto de conciencia que multiplica mis deberes de sumisión a la ley y a la patria. Sólo un profundo respeto por la voluntad soberana me obligaría a someterme al formidable peso de la suprema magistratura. La gratitud que debo a los representantes del pueblo, me impone además la agradable obligación de continuar mis servicios por defender, con mis bienes, con mi sangre y aun con mi honor, esta constitución que encierra los derechos de los pueblos humanos, ligados por la libertad, por el bien y por la gloria. La constitución de Colombia será junto con la independencia la ara santa, en la cual haré los sacrificios. Por ella marcharé a las extremidades de Colombia a romper las cadenas de los hijos del Ecuador, a convidarlos con Colombia, después de hacerlos libres.
Señor, espero que me autoricéis para unir con los vínculos de la beneficencia a los pueblos que la naturaleza y el cielo nos han dado por hermanos. Completada esta obra de vuestra sabiduría y de mi celo, nada más que la paz nos puede faltar para dar a Colombia todo, dicha, reposo y gloria. Entonces, Señor, yo ruego ardientemente, no os mostréis sordo al clamor de mi conciencia y de mi honor que me piden a grandes gritos que no sea más que ciudadano. Yo siento la necesidad de dejar el primer puesto de la República, al que el pueblo señale como al jefe de su corazón. Yo soy el hijo de la guerra; el hombre que los combates han elevado a la magistratura: la fortuna me ha sostenido en este rango y la victoria lo ha confirmado. Pero no son éstos los títulos consagrados por la justicia, por la dicha, y por la voluntad nacional. La espada que ha gobernado a Colombia no es la balanza de Astrea, es un azote del genio del mal que algunas veces el cielo deja caer a la tierra para el castigo de los tiranos y escarmiento de los pueblos. Esta espada no puede servir de nada el día de paz, y éste debe ser el último de mi poder; porque así lo he jurado para mí, porque lo he prometido a Colombia, y porque no puede haber república donde el pueblo no está seguro del ejercicio de sus propias facultades. Un hombre como yo, es un ciudadano peligroso en un Gobierno popular; es una amenaza inmediata a la soberanía nacional. Yo quiero ser ciudadano, para ser libre y para que todos lo sean. Prefiero el título de ciudadano al de Libertador, porque éste emana de la guerra, aquél emana de las leyes. Cambiadme, Señor, todos mis dictados por el de buen ciudadano.
El Congreso de Cúcuta fijó luego la capital de la República de Colombia en Bogotá, provocando reacciones desfavorables entre los venezolanos.
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