«…el 17 de agosto fue testigo de la acción más sangrienta, que decidida contra las armas republicanas, decidió también la suerte de la República». Bolívar.
¡Insólito heroísmo…! Pocas veces se ha elevado tan alta la templanza patriótica en la cumbre de los sacrificios como se hizo aquella vez en Aragua de Barcelona. Los restos patriotas alcanzaron la costa luego de haber cruzado las selvas, los bosques, los ríos y las montañas que se les interpusieron desde Caracas intentando salvar la vida en la rebelde Barcelona. Anduvieron por tierras desconocidas que eran infernales de día y mortíferas de noche mientras que sus enemigos, las hordas sangrientas de Boves, no les daban cuartel y les perseguían portando las banderas del odio y la opresión. Los más afortunados habían logrado sobrevivir pero debían aprestarse a luchar contra el implacable Morales que se aproximaba con nefastos designios.
A Bolívar no le quedaba otra alternativa sino dar la batalla en la más desventajosa situación agrupando en torno suyo aquella falange de valientes exhaustos, desarmados e insuficientes en comparación con quienes venían detrás de él, los cosacos realistas diestros en el combate y dispuestos a impartir en el último suplicio a sus víctimas.
Acudió el caraqueño ante Bermúdez, gladiador invencible, hecho de carácter y valor cuya alma semejaba un volcán y a quien era difícil convencer y quien se enardecía cuando otro rival quería arrebatarle el laurel de la gloria patria. Pretendía Bolívar que aquellos jinetes orientales se anticiparan a enfrentar a los llaneros de Morales, mientras que la infantería aguardaba su turno.
Por su parte, Bermúdez no admitió tal propuesta sino que esta saliese junto a sus orientales de una vez a oponerse por igual ante aquella amenaza que se abalanzaba sobre ellos y que parecía superior. La discordia se hizo presente en el campo en medio de aquel lance difícil en el cual se decidía el esfuerzo final para sostener a la República, que pugnaba entre la disyuntiva de desaparecer o conservar sus símbolos sagrados: la libertad, los derechos del hombre, la virtud y el honor.
Morales emprendió con violencia ese día 17 de agosto sobre nuestros valientes atrincherados en el pueblo de Aragua de Barcelona, como lo hicieron meses atrás otros héroes en Aragua central con similar denuedo pero con suerte diferente en medio del azar de victorias y derrotas que significó aquel año 1814 pleno de sacrificios y dolores.
Pistolas, fusiles, lanzas, espadas se exhibían mientras que las columnas de soldados se recomponían en el intento de detener las cargas que se dirigían contra ellos, encabezadas por jinetes expertos que los pretendían arrollar. El horror que supone la guerra mostró en Aragua de Barcelona su peor rostro, todo su espanto e impiedad en una lucha desigual que no cesaba y que se prolongó en un día de exterminio.
La masacre fue atroz, dícese que 5000 muertos quedaron en el sitio, 3000 de ellos de Caracas; otros testimonios refieren que fueron 3700 entre los muertos y heridos, Aragua de Barcelona ese día resultó vilmente sometida y: «fue acuchillada en la iglesia gran parte de la vecindad».
Pero si algo nos enseña esa derrota hace 203 años es que la patria es superior, la patria siempre se exalta y sobrevive ante las inconsistencias de la fortuna y las vicisitudes de los hombres porque la tiranía y la opresión son inferiores a la virtud, a la constancia, al heroísmo, a la conciencia y a la determinación de un hombre libre.
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