Tolerancia

Por: Ley.

Cuando el controlador de boletos del tren me pidió chequear el mío y no lo pude conseguir, a pesar de que lo había comprado y sellado, no dudó ni un segundo en ponerme una multa, ni tampoco en aceptar el dinero en efectivo con el que pagué en ese momento.

Era mi segunda semana en Holanda y yo viajaba en tren hasta Hengelo para asistir a mi clase de holandés. No sabía más que lo justo y necesario de la lengua para sobrevivir en este país y eso no incluía pelearle al controlador que yo sí tenía mi boleto pero que no lo encontraba en la “p***” cartera.

Nada. Pensé que lo había botado y le di la razón. Sin nada que comprobara mi viaje pagado, prácticamente estaba cometiendo una infracción.

Pagué. Aquella vez lo hice porque, uno, no sabía que no se pagaba en efectivo, y dos a causa de creer que era lo correcto. La próxima vez debía ser más cuidadosa con mis cosas.

Hoy venía en el tren a casa. El controlador pasó como siempre pidiendo identificación de viaje. Desde esa vez que no encontré mi boleto nunca más perdí mi pase de tren. Se lo doy con orgullo porque he pagado y porque ahí está mi foto que refleja que soy quien viaja y quien paga.

Hoy había un muchacho, evidentemente extranjero, de esos que en este país cada vez se van haciendo menos queridos. El controlador le preguntaba si hablaba inglés y le explicó en su igualmente mal inglés que había tomado la dirección incorrecta y que debía bajarse ahí y tomar el tren del frente para volver al sitio de donde partió y tomar el tren correcto.

Más atrás comenzaban los murmullos. Uno decía “¡claro que no habla ni inglés!” Y seguía murmullando.

Debo decir que esas cosas me molestan. Emitir juicio sin saber realmente la situación. Quizá no habla inglés; quizá si se perdió. Pero con esta gente el juicio está hecho. Ya hasta el beneficio de la duda lo han perdido, y me niego a emitir juicio. Especialmente cuando puedo ser yo la que esté en esa situación y por mi color tenga que escuchar murmullos de fondo.

El tren se detuvo. Todos bajamos y el conductor de nuestro tren le hacía señales al otro tren para que esperara al pasajero que se había equivocado de ruta. “Él va a  Leeuwarden. Debe regresar a Zwolle”, dijo la autoridad.

El muchacho hizo como si nada. Puso su cara de estúpido y camino a la salida junto a todos los que pagamos el tren para que nos llevara a esa estación. Nunca subió al tren de vuelta. Y yo pensaba todavía, quizá no entendió que debía subir ahí.

En la estación lo esperaba otro con cara de estúpido también. Evidentemente ni se montó en el tren incorrecto y si sabía perfectamente a dónde debía ir y en qué condiciones viajaba.

Me sentí holandesa. Caminé como todos los demás cerrando los ojos y la boca como estúpida. Dándole la razón de un acto incorrecto y por el que pagamos todos los que evidentemente no somos de aquí.

Fui callada en el camino a casa muriendo de rabia por dentro por haber confiado y luego callado como lo hacen todos aquí.

Hace cinco años me callé porque no tenía voz para hacerme escuchar, y ahora que la tengo, hago como todos aquí. Mejor callarse porque eso se llama TOLERANCIA.

Fuente: http://www.naciendoenholanda.com/

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