Detrás de una mirada…

Lo que hay detrás de la mirada. Mi familia ha sufrido una serie de cambios de vida desde mi bisabuelo hasta su servidora. Se habla de cuatro generaciones que no han tenido la oportunidad de conocerse bien, de perder su identidad, su propia realidad por culpa de un solo factor: el comunismo.

Aunque no quiero utilizar este post para profundizar sobre el tema del comunismo y la situación de Venezuela, deseo transmitir una sensación que por muchos años me dio pánico. Se convirtió en mi principal pesadilla y ahora se ha vuelto una desagradable realidad.

Una de las cosas que me ha hecho el comunismo, y me voy a extender un poco más en la historia, es tenerle mucho miedo a las miradas en el momento de las despedidas. Este miedo parte de una carta que escribió mi abuelo en serbio cuando dijo: «La última vez que vi a mis padres fue al montarme en el tren y ver a sus ojos». Eso fue cuando tenía 21 años. No volvió a saber de ellos, hasta los 60 años, en una carta que le decía que habían fallecido. Me imagino que desde ese momento, mi abuelo odia los trenes.

Luego, la historia tuvo algo de fuerza cuando leí en una revista venezolana donde el «Zar de la Belleza» Osmel Sousa explicaba que tenía muchos años sin volver a ver a su madre en Cuba. Cuando volvió a verla, su madre, lo primero que le dijo fue que lo único que recordaba era la mirada del día en que se despidieron.

De mi abuela croata no tengo mayor información, pero sí tengo conocimiento que se despidió de su familia en Alemania, con un esposo y un hijo de dos años en brazos. Por alguna razón siento que a mi abuela, no le gustan los barcos, medio de transporte con el cuál los extranjeros que venían de la post guerra hitleriana llegaban a Venezuela.

Hoy, me ha tocado despedirme de mis padres en dos oportunidades. La primera, fue en Venezuela al momento de pasar las frías barras que me daban la bienvenida al espacio de la Guardia Nacional Bolivariana para la revisión. Ahí estaban los dos: Padre y Madre. Parados. Ese abrazo fuerte no se olvida nunca, es como si los corazones se unieran por un momento, pecho a pecho. Le entregas el bording pass a la persona de la puerta y te giras para verlos por quizás última vez. Y es que una serie de preguntas empiezan a girar en tu mente: ¿Cuánto tiempo pasará? ¿Podrán ellos viajar a México? ¿Qué inventará este Gobierno para no dejarlos salir?

Ese giro que das antes de que se cierren las puertas automáticas, se termine el piso de Carlos Cruz-Diez e inicie el calvario y humillación de la Guardia Nacional, se detiene en el tiempo y solo ves dos miradas. Se plasman como fotografía en tu mente y no dejas de recordarlas una y otra vez. Tristeza, esperanza, dolor, angustia, saber que voy a estar mejor. Una mezcla de sentimientos.

Hace unos días, pude verlos otra vez. Esta vez, aquí en México. Pero me tocó estar del otro lado. Esta vez ellos partían a la dictadura nuevamente. La fotografía tuvo otra posición, pero el dolor y el sentimiento eran los mismos.

Entonces, empece a odiar los aeropuertos.

Dicen que los ojos son  las ventanas del alma ¿verdad?

Por: Mirsay Shimkevich

Fuente: https://experienciasmirsanas.wordpress.com/

Imagen: web

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